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martes, 20 de diciembre de 2016

La excesiva importancia de la utopía

Estación Ha'Haganá - Tel Aviv


Esa es la pura verdad, y es tan evidente que si se dice en voz alta se desvanece. Esa dichedad que tiene el dicho "la edad no viene sola", por ejemplo, o la excesiva importancia de la utopía. 

Alguien dijo alguna vez que si "lo puedes imaginar, entonces lo puedes hacer". Si es así, la utopía no es una utopía, un imposible imaginado, sino un objetivo a cumplir como cualquier otro, un destino. Su posibilidad, su potencial existencia, queda estampada en el espacio tiempo como una litografía, por sólo imaginar.

Pero la utopía no es un propósito, es un estado de la realidad, así como el vapor es un estado del agua. Se encuentra por ejemplo en la estación de tren Ha'Haganá en Tel Aviv, cualquier jueves, en el barullo coherente y apropiado del mar vuelto personas, en la mezcolanza altruista de patrones genéticos, en el vaivén de olas humanas que se mueven formando remolinos, corrientes, espuma y energía. Aunque haya errores no los hay, ni hay tardanzas aunque haya, ni tampoco hay ostentosos malestares. Hay sólo gente cruzando en diagonal, y en dirección opuesta, y caminando a la par, y yendo al mismo punto, y bajando, y subiendo, y mirando, y viendo, y observando, y hablando y en silencio, y riendo, y sonriendo, y llorando, y besando. La utopía está en esa abundancia pura. En la armonía de esa organización espontanea, en el acoplamiento y la regulación de miles de pies y manos, y mentes, y voces, y señales al unísono.

Ése es el estado de utopía, sin la excesiva importancia de estar obligada a ser un anhelo, un sueño, o una quimera.

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