Me gusta/ lo comparto

Cuentos



Mares Calmos


"Esta semana está difícil, la paso, y después todo será como navegar en mares calmos", dice. No le digo que para mí todas las semanas son así, aunque siempre pienso que esta va a ser la última difícil. No se lo digo porque no lo quiero influenciar. A veces siento el impulso de deshacerle el mundo perfecto que se armó, de pegarle, de patearlo como a una pelota que uno  encuentra por ahí y la revienta. No hay nada generoso en ese vaivén de cosas sin sentido, que hace que todo lo que haga parezca una bufanda tejida al crochet, llena de aire. A veces lo miro y él se da cuenta, y entonces me mira con esos ojos de garrapata, que se disfrazan de lucecitas festivas, o de ojitos de cachorros desamparados. Me detengo antes de entrar al pasillo y oigo mi voz de pronto que le dice "me voy". "¿Te vas? ¿A dónde?", me pregunta. "No sé, me voy", contesto. "Bueno, llevate el paraguas si pensás volver después de las seis, dijeron que va a llover", me dice. Yo le digo que me voy, que me voy no se a donde, y él me habla de paraguas. Voy al dormitorio, saco el paraguas del ropero, lo abro para atraer mala suerte, lo miro desde abajo y pienso en esas hojitas secas pero mojadas, en esas hojas testarudas que se pegan a la tela pálida con la lluvia, esas que atienden a su destino de poesía como un alumno aplicado atiende a su maestro. "Nadie que mire con ojos de cachorro desamparado entenderá eso jamás, aunque sean ojos disfrazados", pienso. Vuelvo al living, me paro ante él con el paraguas abierto, digo "árbol" para encerrar el árbol en el árbol. Él me mira, me mira mucho, me mira copioso, abundante. Me mira tanto que ya no me mira, la acción pierde su objeto, se vuelve aire. Cierro el paraguas y lo tiro a la basura. "¿No dijiste que te ibas?", dice él, "me voy, me voy", digo yo, "ya me voy, vas a ver", "bueno, no sea cosa que te mojes", dice él, con cara de zapallo.


Breakfast Club

Domingo                                             
"Hoy todo el mundo quiere agua, ayer todo el mundo quería chocolate frío, pero hoy no, así como yo quiero agua todos quieren agua", pensó Eti Shapira, parada en la cola interminable de la máquina de agua fría. Lanzó la mirada a su mesita solitaria, estancada en el rincón más escondido del comedor del Plaza Hotel Club, y se dijo:"así son las cosas". Permaneció un largo rato parada en la cola de la máquina dispensadora de agua fría en el desayuno del Plaza Hotel Club. Intentó no pensar en los vasitos descartables que desaparecían en manos de otros, pero solamente podía pensar en que ya no quedará ni el recuerdo de lo que alguna vez fue un vaso cuando le toque su turno. Se ensimismó en la familiar tarea de sentir lástima de sí misma. La voz de Yossi Levy encendió sus oídos sacándola de sí misma como por arte de magia. Era el mismísimo Yossi Levy, de piel morena, hermoso, de melena envidiable y sonrisa encantadora. Yossi Levy exhibía ahora una calvicie poco adorable, y traía puesto un uniforme blanco con el símbolo del hotel del lado del corazón. Eti Shapira giró rápidamente la cabeza hacia la dirección opuesta. Dos mil imágenes de su vida corrieron como un film delante de sus ojos. En el momento exacto del desmayo, un camarero petiso y grueso le entregó directo a la mano un vasito descartable lleno de agua. Sintió su espalda encenderse en llamas, arder, quemar, perforarse y electrificarse. Esperó que le vuelva el aliento y se volvió hacia Yossi Levy, pero él ya no estaba. Sus ojos lo buscaron como los ojos de Ripley buscaron a Alien por los pasillos de la nave espacial de cargo comercial "Nostromo". Con pasitos de salamandra Eti Shapira hizo el camino hacia su mesita escondida. Se sentó y le dio un sorbito al agua, que no estaba fría en absoluto.
Lunes
"Cuando yo quiero ir a la pileta todo el mundo quiere ir a la pileta", se dijo Eti Shapira, "ayer a esta hora no había nadie esperando el ascensor". El silbido repentino del elevador que apareció mágicamente de la nada la hizo despertar de su auto-compasión, y aunque marchó eficientemente, se quedó otra vez en el pasillo, soñando despierta en inglés. Yossi Levy había sido el mejor alumno de inglés de la división, el único que se sacó cien en el examen oral. "¿Habría sido su conocimiento de inglés lo que lo llevaría a trabajar en un hotel?", pensó, aunque no era del todo consciente de que sus pensamientos navegaban, imparables, hacia Yossi Levy. El ascensor emergió de las profundidades del edificio por tercera vez. Esta vez Eti Shapira logró entrar, ligera como una hormiga voladora. "Debe ser el único hotel en el mundo que no tiene espejos en el ascensor, y a este hotel vengo a caer yo", pensó en voz alta. "Cierto", contestó la mujer del traje de baño púrpura dos talles más chico, que vino con el ascensor. "¿Qué, cierto?" preguntó Eti Shapira. "Que no hay espejos", repitió la mujer. "Ah, es lo que dije", expresó Eti Shapira. "Cierto", repitió la mujer. "Cierto", dijo Eti Shapira. Las puertas se abrieron de un silbatazo, y las dos mujeres salieron en direcciones opuestas.
El agua se sentía bien, el sol estaba bello, la música era buena. Casi. En la escala Eti Shapira de medición casi todo estaba bien. Todo, a excepción de la calvicie de Yossi Levy. Se lo imaginaba en la piscina con su pelada pulida y brillante, reflejando los rayos del sol como un láser. Pensamientos que hicieron volver a Eti Shapira a la normalidad y ensimismarse con profesionalidad. "Seguro que cuando yo quiera ver a Yossi Levy todo el mundo va a querer ver a Yossi Levy, y yo voy a tener que esperar en la cola, al igual que los árboles que se ven desde la ventana del tren, que parece que se movieran pero están más clavados que una computadora portátil sin wifi, así son las cosas", pensó. En ese instante Yossi Levy pasó delante de sus ojos, rápido, casi corriendo. Desapareció por una puerta verde donde un pequeño cartel proclamaba: "Energía Plaza Hotel Club". "¡Energía Plaza Hotel Club, claro!" A Eti Shapira le vino a la mente el cartelito autoadhesivo pegado justo en frente del inodoro en la pared del baño de la habitación del hotel, que decía: "masaje sueco holístico, 45 minutos: 369 NIS. Segunda sesión 30% de descuento! en el Energía Plaza Hotel Club". Ahora estaba claro, Yossi Levy no había aprendido inglés en vano.
Martes
Por suerte, en la habitación había un espejo. "El vestido azul con flores. No. Los pantaloncitos cortos negros con la remera de los gatos. No. La falda de Castro con el chaleco de Gong. No. ¿El traje de baño? No. ¿La túnica semitransparente? No. Nada. No voy".
Tres minutos más tarde Eti Shapira caminaba con la determinación de hembra de ñu durante el período de migración en Serengeti. Marchaba con la vista al frente. Derecho a Energía Plaza Hotel Club. Directamente a Yossi Levy, con la blusa de leopardo y los pantalones cortos con encaje. "¿Qué importancia tiene una cabeza calva cuando las manos son de masajista"?, se dijo convencida, sin autocompasión.
Al menos no había cola. La anfitriona le ofreció una bata blanca de toalla y le indicó que espere unos minutos para el tratamiento. Eti Shapira asintió. Se sacó todo, sólo se dejó la bata. Sentada, acostada, sentada en la camilla de masajes. Acostada. Un minuto más tarde la voz de Yossi Levy comenzó a hablar. Siéntase cómoda. Eti Shapira tenía la esperanza de que Yossi Levy estuviera libre y disponible, o al menos no sea monógamo en caso de estar casado. La frescura de la esperanza fue algo nuevo para ella. Con el rabillo del ojo vio que llevaba un sombrerito con el emblema del hotel, ocultando su calvicie. "Tiene una piel hermosa", Yossi Levy le dijo, en un acertado inglés. "Gracias", Eti Shapira le contestó sin contestar. "¡Eso! Así son las cosas. Es probablemente una buena cosa. ¡Tengo una piel hermosa! Tengo un hermoso nombre, tengo un hermoso futuro, tengo un hermoso vestido, una hermosa casa, un hermoso altar". En la escala Eti Shapira de medición, de pronto todo estaba muy bien.
"Acuéstese así, cómoda, del lado derecho", dijo Yossi Levy. Se dejaban oír las voces de fondo y los ruidos  externos de lejos, como rallando el aire de la habitación. Eti Shapira sintió como se construía un refugio de amor. Sin colas ni autocompasión. "Así,  muy bien", las gotas de la voz de Yossi Levy rociaron la habitación, "así. Eso es. Relaje los músculos, todo". Laxitud. Indefensión. Derretimiento. Agotamiento. Disipación.
Miércoles
Chocolate, café, agua, huevos. Bollos, brioche, ensalada de atún con choclo, pan blanco y negro. Colas largas. Colas cortas. Sin cola. Todo vale. El desayuno se sirve desde las siete hasta las once. Pero Eti Shapira está durmiendo. Verte su cuerpo sobre el colchón suave-duro en su óptima medida de Yossi Levy. Silenciosa. Disfruta de los beneficios de los inconscientes. Le enseña a su alma el apreciado secreto de la rendición. No va a ser parte del Breakfast Club. No participará de la coreografía mascante del amanecer. No presionará ningún botón y no hará colas para beber. Dormirá y soñará dormida y despierta en inglés, por un día largo como mil años y corto como el chillido de un grillo. No importa si se trata de Eli Jacoby o de Yossi Levi, si es el Plaza Hotel Club o una tienda de campaña, si marcha como hembra de ñu o camina como una reina. En la escala Eti Shapira de medición ahora todo está más que bien. Majestuoso. Todo de primera calidad. Útil. Exitoso. Fino. Cómodo y correcto.



Un gesto admirable
Miedo. Una mosca poderosa. Ese miedo que es como un dolor anticipado por un incierto y mal evento que aún no sucedió. Diego asintió con la cabeza, como si hubiera leído su mente. Gustavo divisó el gesto con su visión panorámica, pero estaba demasiado hipnotizado como para hacer alguna acotación, estaba demasiado inmerso en el miedo como para sacar la vista de la mosca y del vidrio. "Y…es así nomas", dijo Diego, por decir algo. La mosca, reflejada en los ojos color turquesa de Gustavo, se volvía psicodélica, bailarina, caloidoscopal, y verdaderamente proponía una danza hipnotizante. El monótono zumbido no ayudaba a Gustavo a salir de su letargo de la nada, de su estado de mente en blanco, de cero pensamiento, de esa casi nula tensión muscular, y aun así de su profundo miedo.
"¿Cuánto tiempo más viviría esa mosca testaruda frente a ese cementerio de moscas horizontal y transparente?", eso era lo primero que le saltaba a la mente desde hacía unos cinco minutos. Gustavo sintió cómo a partir de ese pensamiento salía de la cámara lenta de la meditación accidental en la que se encontraba, y eso lo perturbó. Miro a Diego como si lo viera por primera vez, notó los trazos groseros de los anchos pómulos, los ojos separados de más, la expresión profunda -aunque aniñada- que eso le proporcionaba. "¿Y si la mato?", pensó, "ella dejaría de sufrir, redimida, y yo sería su salvador". Esta vez Diego dijo "¿que pensás hacer?" como si tal cosa. Gustavo dijo no, con un rápido movimiento de cabeza y sin emitir sonido. El zumbido se hizo espaciado, la pobre mosca estaba cada vez mas cansada de querer penetrar ese aire duro e impenetrable, pero seguía intentándolo una y otra vez, entre  intermitentes pausas. "Persevera y triunfarás", pensó Gustavo, sin contener esa risa llena de aire entrecortado, pero vacía de sonido, que solía soltar en las ocasiones menos oportunas. "Por lo menos ella no tiene miedo", se autocriticó.  
Ya se habían hecho las seis, Gustavo y Diego seguían sentados en el bar "Las Margaritas" manteniendo esa conversación no conversada. Entre tanto, varias moscas habían muerto exhaustas contra el vidrio, pero la mosca poderosa que había hipnotizado a Gustavo, profundizando el miedo, seguía viva. A veces solo podía mover las alas levemente, sin levantar vuelo, pero con la cara contra el vidrio como tratando de hacerse camino a la fuerza en ese aire de acero. "Un gesto admirable", dijo finalmente Gustavo, sin mirar a Diego. "Cierto", dijo Diego, por decir.
Seis y tres minutos, la pierna de Gustavo se volvió resorte contra el piso por debajo de la mesa. El ritmo del casi insignificante meneo del cuerpo que la pierna resorte le causaba, serenaba mínimamente el fuego del miedo que se extendía con la adrenalina en todas direcciones. Diego se acomodó en la silla y sintió como le transpiraba el trasero contra el plástico. "Ahora llamo al mozo y me voy cagando", fue el impulso de Gustavo. Justo entonces notó en los ojos separados de Diego la mirada más temida, centrándose detrás de sus espaldas. Se había prometido cien veces que no, pero se dio vuelta igual. Hubiese querido dudarlo, pero estaba seguro de que era él. Prefirió levantarse de la silla para estar a su altura y no mirarlo desde abajo. Al momento de inclinarse hacia adelante para impulsarse a levantarse, vio a su mosca por última vez. Estaba cerca, cara a cara. La mosca testaruda en su danza agonizante casi muerta pero viva, cara a cara. Levantó la vista rapidísimo hacia Diego que permanecía sentado, y soltó esta vez no una risa de aire entrecortado, sino una carcajada como nunca. Un puñetazo de Gustavo al levantarse dejó seca a la mosca liberándola de su cepo de muerte, de su tortura sin sentido. Se levanto de la silla como un Dios, esbelto y elegante, radiante de belleza, irrespetuoso y alto. Diego no alcanzó ni siquiera a balbucear alguna cosa, cuando Gustavo se dejo ir, seco, con un certero y preciso movimiento, cayéndose al suelo de baldosas como si de jardín de rosas se tratara, con un aire ganador en sus ojos, ahora azules, y llevándose en el puño a su mosca redimida.



Su, el simpático
La balanit le daba y le daba más, con la mano en la cabeza empujándola y sosteniendo. Pensar que hasta hace un segundo lo que la ponía molesta era el frío del agua, y ahora qué frío ni frío. Luchaba contra el instinto que la llevaba a inhalar con todas sus fuerzas para no inhalar el agua y ahogarse, pero ya no podía más. Maldición y maldita la hora en que escuchó el pedido de Su, maldita la hora en que había decidido ir al Mikve. Cuando salió se juró a sí misma que la iba a denunciar a la policía. Esa mujer casi la ahogó en nombre de dios y quién sabe de qué rabino.
"¡No es gracioso, de qué te reís, casi me ahoga esa bruja! ¡Debería estar prohibido por ley eso del Mikve!" "La risa, remedio infalible", le contestó Su.
Si había algo que Lidia soportaba menos que la religión era esa risa. No era la risa normal de Su. Era la risa de "Su cuando se ríe de Lidia". Era algo que se había desarrollado con los años. De todas maneras ya no lo iba a poder cambiar, así que lo único que le quedaba por hacer era irse lejos, a otra habitación, a otra casa, otro país. "Vení, dale linda, ya está", y Lidia siempre volvía.
Así era con todos, hasta con las mascotas, Su decía las palabras mágicas "Dale, vení" y cualquiera iba. Y eso que era feo. Tenía ojos saltones y separados, piel con poros como cráteres, algunas cicatrices de acné y demasiados hoyuelos.
Pero la noche del treinta y uno sobrepasó cualquier cosa. Habían paseado por el bosquecito de la reserva todo el día, tirando piedras al lago e intentando fotografiar al monstruo. A Lidia le pareció ver una  silueta como de gusano gigante, pero cuando por fin le apunto con la cámara ya no había nada. Igual siguió sacando fotos para todos lados, segura de que algo iba a agarrar. "¿Un gusano? ¿Dónde?", "¡Ahí! ¡Ahí te digo!", pero nada. "Era como un gusano gigantesco y con cabeza enorme, y nadaba casi en la superficie, ¡te juro por mi vida que lo vi!" "¡Ya dejá de reírte querés!"
Un poco después de las doce, después de los besos y de las felicidades en lo de los Lobos, Su contaba frente a todos la experiencia del monstruo. "¿El gusano del lago "Ness café" quizá? Ya que está cerca de la fábrica, podemos venderle la idea para una propaganda y hacernos millonarios", riéndose con la risa intermediaria. Y todos reían.
Aunque era de noche, el agua no estaba tan fría como en el Mikve. Lidia se metió en el lago hasta la cintura con piyama para no arruinarse la ropa. Lo hizo intentando borrar de la memoria a la bruja del Mikve sumergiéndole la cabeza como queriendo ahogarla.  Llevaba como carnada las sobras del pollo metidas en una de esas bolsas de red que se usan para lavar medias y ropa interior en el lavarropas. Esta vez no tiró piedras, no quería que se asuste. Si es que había un monstruo y le gustaba el pollo, se lo demostraría a Su. Le haría tragar su risa  y su simpatía. Haría desaparecer de la faz de la tierra la posibilidad de reírse con risa intermedia a costa suya. Ni Su, ni nadie. Lidia, cámara en mano, decidida a vencer o ser vencida, de este lago solo salgo con el monstruo, o no salgo.
"¿Tanto tiempo está en el baño? No puede ser, voy a ver si está bien…no sé, no contesta el celular…pienso que no…no, nunca". Pero a las cuatro de la mañana ya era para preocuparse. "Dios santo, la ropa esta acá, se fue en piyama, o se la llevaron". Todavía no había amanecido y ya había hecho la denuncia a la policía. Su no podía quedarse quieto y esperar. A las cuatro y media salieron a buscarla. La cara de Su parecía de aluminio repujado cuando encontraron la cámara y un pedazo del piyama de Lidia enganchado en el tronco de un sauce llorón. Había también muchas huellas en el barro, como si hubiera habido mucho movimiento, no se podía distinguir con claridad qué, pero era seguro que ahí había pasado algo. De inmediato Su tomó la cámara y empezó a correr las fotos, había como cincuenta fotos del lago de noche, en ninguna estaba Lidia. La voz de Lidia en la cabeza le decía una y otra vez "¡me quería ahogar la bruja…no te rías!", y Su sentía que el corazón se le paraba. Tres meses internado pasó Su después del hecho.
*** * ***
No alcanza el pizarrón, vas a tener que aprender el lenguaje de las señas o volver a hablar. "¿Me entendiste Su? Mirame". "Bueno, que te voy a decir, mudo no está". No quiere hablar, estoy segura. Cómo iba a saber ella que si se metía del todo en el lago iba a salir en cualquier parte. Culpa o no culpa, la cosa era así y lo que pasó, pasó. Su, ni en el pizarrón escribía "ja ja ja". A esta altura, ni ir al Mikve cambiaría gran cosa. A esta altura, un "vení linda, dale" más o menos ya no cambiaría casi nada.


*Balanit es la encargada de sumergir a la mujer en el mikve.
**Mikve es el baño ritual judío.





Ni un milímetro de más
Yo llevo mi propia bolsa rosa de nailon finito. Así de finitas te las dan ahora. Igual las guardo bien dobladitas en el cajón de abajo. Pesan menos que las que te ponen en la fiambrería, por eso voy con esas, así no hay engaño al pesar los fiambres. La fiambrera rusa –no la rubia- la morocha -la de labios siempre abarrotados de delineador por fuera del borde natural-  sabía pesar el queso de maquina con los ojos. Ni un milímetro de más. Doscientos cincuenta son siempre doscientos cincuenta. Una artista. También tiene siempre mejor humor que la rubia. Cuando está ella pido un poco mas de queso, o un poco menos, cambio los gramos, pero no se equivoca nunca. "¡Trescientos veinte gramos!", dice al colocar el queso cortado en la balanza, con una sonrisa  triunfal como de un trofeo se tratara. Ni siquiera se pone nerviosa los viernes al mediodía, cuando está lleno de gente estresada por ir a buscar a los chicos temprano, y ella anuncia sin dudar "¡ciento cincuenta gramos!" contagiándola alegría.  La fiambrera no se rinde.  Con sus ojazos de balanza biológica.
 
*** * ***
La vecina de arriba tiene una tortuga. O mejor dicho, tenía. La encontré en la vereda, al ladito de la entrada sin moverse. Parece que se cayó de la terraza. Era grandota y bastante puntiaguda. No parecía muerta. Cuando la levante era más pesada de lo que supuse. Pensé que era raro que esté en hibernación, ya que se vino el calor ya hace como un mes. Parece que la vecina la vio caer, porque bajó corriendo y en un grito: "¡Soledad! ¡Soledad chiquita!", con llanto y todo. Me la sacó de las manos como una tromba y la miro a los ojos fijamente y de muy cerca. "¡Se murió! ¡Dios mío! ¡Yo le dije al albañil que siga hasta el bordecito aunque no era lo acordado! Pero él, ¡ni un milímetro de más! ¡Dios mío! ¡Soledad!". Qué le importaría al albañil un milímetro de más o menos. Si le sobró material de todos modos. Una vez lo vi pasar, me lo crucé en el pasillo. Ahora estoy segura de que era el albañil. Tenía cara de langosta avejentada, pero menos puntiaguda que la tortuga. Si tuviera que retratarlo lo dibujaría sin orejas. Era obvio que una vida más o menos de tortuga no le movería un pelo. Cuanto corazón puede caber en un milímetro.
*** * ***
Quinientas palabras le dijeron. "Yo qué sé cuantas escribí", me dijo, con los nervios adrenalíticos del que sale de un examen. "No me salvo, no me salvo". Decía con los ojos de perrito abandonado que ponía algunas veces. Al volver a casa contamos quinientas palabras en un documento Word, para ver cuántos  párrafos serían. "¡Entonces escribí cuatrocientas!",  sentenció de una. Quedáte tranquila nena, que no es tu profesora la que te corrige. "Sí, pero ella dijo una página y media, ni un milímetro de menos, y yo escribí una sola página, ni un milímetro de más. Y los que corrigen son muy perros". "¿Y sobre que escribiste?" Le tiré, como para cambiar de tema. "Sobre el tipo en la casa abandonada de al lado de la vía y los clavos para espantar linyeras en Inglaterra", dijo ella. "¿Sobre el linyera piojoso horripilante pero sensible y de alma bondadosa del Castillo abandonado de la calle Cuenca de al lado de la vía?", dije yo, con entonación Susana Giménez y poniéndome ronca de garganta. "Si", me contesto. "No te preocupes nena, te sacas cien, no importa quién corrija". Y nos fuimos a dormir relajaditas.  



(“Moti - Lujím” es un juego de palabras. En hebreo “Mot - Ilujím” quiere decir palanca de cambio, Y “Moti” es un nombre propio masculino popular)

Moti todavía seguía perseguido por la imagen de Moti Lujím manejando su colectivo y gritando al mejor estilo del canal de los niños ¡para atrás! ¡Para atrás! En su imaginación había dado muerte doscientas veces y de distintas formas al inventor del personaje Moti lujím, pero siempre resucitaba más vivo que antes, como un Freddy Krueger perfeccionado. Casi le salía de la boca ese violento ¡para atrás! ¡Para atrás! en cada parada. Esa noche había soñado otra vez la pesadilla repetida ¡Moti Lijím! ¡Moti Lujím! en boca de niños con voces distorsionadas por la risa, con caras grasosas y ojos manchados, mirándolo de arriba abajo. Y él ahí paradito, a los siete años, con lagrimitas que le quemaban las mejillas, las orejas, los dientes, el pecho. Moti chiquito, con la oración lista y ordenada en el cerebro, palabra por palabra, bien clarita. Pero en los labios tartamuda. La pesadilla era como un tsunami, él sabía que en algún momento iba a venir, pero no podía saber exactamente cuándo. Así que cada noche colocaba un plato hondo con agua debajo de la cama para que se llevara las malas energías. Pero así y todo, esa noche la volvió a soñar.  Moti había intentado querer cambiarse el nombre como mil veces, pero el respeto al deseo materno siempre pudo más que su propia iniciativa.    
*** * ***
Mientras pasaba por el cruce de las calles Yerushalaim y HaPalmah, en una de las subiditas petrificadas de Tzfat, justo en el centro comercial Tzlil, no pudo más. ¡Éste co co co colectivo es auto to to tomático la p….que lo pa pa pa pa pa rió!, gritó, y un silencio de catedral siguió a esa frase. El colectivo catedral supo contener la maldición del chofer y Moti siguió su predefinido rumbo por HaPalmaj. Para sus adentros se preguntaba si no es que el micro se le había convertido en una máquina de pesadilla cuando se lo cambiaron de manual a automático. Si no es que ahora, que no necesitaba hacer los cambios, se había vuelto una antena parabólica de malos pensamientos y por eso Moti Lujím lo acosaba. De pronto, tuvo una visión. Una visión tan fuerte como una manada de búfalos africanos escapando de un hambriento chita. Le vino una iniciativa, por primera vez en su vida le vino la energía de una clara iniciativa. Algo tenía que cambiar. Y tenía que hacerlo ya. El Moti de lagrimitas hirvientes tenia ahora la sangre hirviendo en la vena perpendicular del medio de la frente. Latía como una semilla de secuoya, con potencial latente de gigante. Ahora el colectivo no era cualquier catedral, sino que era la Notre Dame del servicio de transporte público, era la Sagrada Familia firmada por Gaudi terminadita a pleno en Barcelona, era el prototipo esplendoroso de todas las basílicas. 
                                                                       *** * ***
Sara casi se queda sin subir en la parada del centro comunitario, de lleno que iba Moti. Era el tercer día de Sara en el país. Inmigrante de América Latina en el ecosistema de medio oriente. Nena bien de barrio norte, con pelo largo y suelto en rol de pelaje fuera de lugar. Con su camisita de rayitas celestes con moño en la cintura, pegada a la espalda del sudor. Venía sin diseño para días de cuarenta y dos grados. Venía con choque cultural, pero fascinada. Sabía siete palabras en hebreo. A duras penas, con la ayuda de una mujer de ropa colorida y uñas negras, que sabía algo de ladino, pudo decir Ganei Hadar. ¿Ganei Hadar? Esta línea no llega a ahí, le dijo Moti, en un hebreo que era chino. La mujer ladina levantaba la voz cada vez más, confundiendo la ausencia de lenguaje de Sara con sordera. ¡No llega ahí! le gritaba, haciendo ademanes y agitando las manos como la mejor italiana, aunque era de origen marroquí. Sara ya sentía sus lagrimitas hirvientes que le quemaban las mejillas, las orejas, los dientes, el pecho. Moti, como saliendo de un coma profundo, se iluminó con el destello dorado causado por el prendedor de oro de la marroquí en las lagrimas de Sara. ¡Señora deje de gritar que ella no es sorda!, dijo Moti con voz de secuoya, ¿no ve que la chica está llorando? Ese no era hebreo chino para Sara. Ella escuchó música en los tartamudos sonidos vocales de Moti. Yo la llevo hasta su casa, le dijo Moti, ya saliéndose del recorrido. ¡Este chofer está loco y lo voy a denunciar a Metro Dan! La marroquí insistía a la par con un hombre de bigotes agujereados y canosos. Pero Moti seguía conduciendo a Ganei Hadar, con las manos fuertes, ceñidas al volante. Tenía  la visión de su destino improvisado pero justo. La nena bien miraba a Moti como si se tratara de Omar Sharif en su mejor película. Era tan morocho, con esos ojos renegridos de pestañas largas, tan decidido, tan distinto. Antes de bajar en Ganei Hadar 26/8, Sara le beso de prisa la mejilla, como una esgrimista haciendo su estocada más brillante. Bajó las escalinatas de la basílica de Moti Omar Sharif sin volverse, pero con la certeza de un final feliz. En ese colectivo ya no manejaba Moti Lujím, sino que iba Moti Cohen por primera vez.


La colina de los buñuelos perdidos
Hasta la última gota, quiero ver el fondo. Pero los grumos quedaban siempre abajo. Nunca el vidrio limpio. La cosa de verter en el fregadero de la cocina el vaso de leche con grumos, que Lisa siempre preparaba con leche en polvo mezclada con agua, nunca fue posible. Como si las paredes en realidad tuvieran los ojos. Incluso teníamos que comer el buñuelo frito relleno de dulce de membrillo hasta el final. La madre de Lisa los freía en el momento y los servía calientes. Siempre era así en la casa de Liza. A veces el llamado de Fisher nos salvaba, como un gong. Con el llamado de Fisher envolvíamos rápidamente los pasteles con las servilletas de papel que los acompañaban y los echábamos por fuera del cerco, en el patio de la casa abandonada. La colina de los buñuelos perdidos. Ese era el apodo que Raúl le dio al lugar, como un signo de los pasteles que podía haber comido y no comió.
Raúl solía montar una cucharita por adelante en los cochecitos de juguete. Hacía un agujero en el plástico y colocaba una cucharita por el mango, después sellaba todo con plastilina. Así es como los coches se volvían estables y quedaban listos para competir por la pista del cordón de la vereda con cualquier otro chico del barrio que sea propietario de un coche de carrera. Una vez Lisa le trajo una cucharita de su casa. El cochecito de la cuchara de Lisa se convirtió en su coche de lujo. Raúl tenía un silbido especial, el aire pasaba a la fuerza a través del diente roto de adelante y salía un sonido único. No había vez que Lisa no se riera. Cuando Lisa venía para acá reuníamos todo el dinero que teníamos y lo gastábamos entero en golosinas. Dulces y saladas. Hacíamos migas por toda la vereda y ocultábamos las manchas de chocolate con barro. Estaba claro que Raúl y Lisa se iban a casar. De hecho, ya estaban casados. No hay otra razón por la cual alguien querría comer los pasteles de la madre de Lisa. Si Raúl planeaba construir algo de madera, Lisa le traía clavos. Si Lisa quería pintar la bicicleta, Raúl le lijaba que todo el esqueleto antes de pintar. Incluso a la venta de diarios viejos que organizamos para juntar fondos para la fiesta de fin de año fueron juntos, casa por casa. No hay justicia. No hay. Igual él no lloró. Cuando Lisa no vino mas Raúl paró con las carreras de autitos. A la casa de Lisa tampoco fuimos más.



 Estos son mis jabalíes
Si le llegás a decir que la noche en que la Silvina desapareció fue un 31 de diciembre, ella te va a contestar “¡no señor! De ninguna manera, era Shavuót”. Te lo digo porque yo ya me cansé de pelear. No tiene conciencia. Para ella era Shavuót, y todavía lo es. Un Shavuót interminable. Por eso sigue contando semana tras semana. Como si contar las semanas haría que Silvina vuelva.
Yo sé muy bien cuando fue, porque esa noche hubo fuegos artificiales en los pueblitos árabes, pero no era fin de Ramadán. Además, si hubiese sido en Shavuót yo hubiese estado de vacaciones, pero no. Igual, ¿qué importancia tiene? Es más importante que ella pueda seguir contando y contando semanas que que yo gane la discusión.
Aunque mi memoria no es de elefante, tampoco es la falla de San Andrés. Éramos como once, y aunque yo era chiquita y no me dejaban ir, fui igual. En el norte siempre está bien fresquito a la noche, pero esa noche no tanto. Como no había traído zapatillas, me puse los zapatos de charol con medias tubo blancas de gimnasia, y ella me dijo que me quedaba bien. Celio le prestó a papá las zapatillas amarillas fosforescentes que siempre usaba para caminar en la montaña y papá parecía un payaso. Mirá lo bien que me acuerdo. Mamá no quiso ir porque tenía frío. Pero yo creo que no fue porque tenía miedo. Las primeras tres noches que dormimos en lo de Celio, las tres noches seguidas, los escuchamos bien clarito. Y a la mañana, otra vez los repollos comidos. Ya no quedaba casi nada. Ni repollos, ni coliflores. La cuarta noche salimos a defender la huerta. Ahí fue que la Silvina desapareció. En un momento estaba ahí y al otro momento ya no estaba. Ni los repollos, ni las colifloras, ni la Silvina.
Joaquín tampoco fue con nosotros esa noche a defender la huerta. Porque era un tipo de ciudad, no de campo. Seguro que si se encontraba con un jabalí frente a frente, cara a cara, se desmayaría o se moriría Juaquinito. No como nosotros. Mamá dice que él no tuvo nada que ver, pero papá y Celio no le hablaron nunca más. Yo creo que usaron el asunto de la Silvina como excusa para deshacerse de Joaquín. Tenía voz agradable, pero la usaba demasiado. Al final uno se terminaba por cansar. Parece estar en formol, porque él ya era un tipo grande en ese entonces y hoy en día está igualito. Flaco, medio encorvado como un profesor, hablador, bien vestido y con todo el pelo. Siempre llora cuando me ve. Le hago acordar a la Silvina. También a ella le hago acordar a la Silvina, aunque para mí no me parezco en nada.
Ya es suficiente con contar semanas, eso no es vida. Fue un 31 de diciembre y se acabó la discusión. Alguien tendría que hacer algo, después de todo este tiempo. El lunes le traigo una jaula con conejos, te lo juro. ¡Qué Shavuót ni ocho cuartos!
Me pesaba y además hacía calor, pero se la traje igual. Tres conejos blancos y uno gris. Tres como copitos de nieve y uno como espuma de mar con yodo. Jaulita transparente con cuchitas y todo. Un ojo de la cara. Así como pisé el umbral ella me abrió la puerta. Se suponía que era una sorpresa. No parecía muy contenta, pero inmediatamente los metió en el patio. Té con limón y a charlar. Que ayer hizo huevos rellenos, que el portero al fin le arregló el calefón, que la galletitería no trae merengadas tan ricas como antes, que encontró la cadenita del corazoncito, que el palo de agua se le fue en vicio. Cualquier tema era Silvina Silvina Silvina y nada más.
Nunca la visité en Shavuót. Pero la llamada de mamá hizo que me vistiera y saliera para allá. “Le traje cuatro. ¿Por qué?” le contesté por teléfono. Silencio mortal al otro lado de la línea. “Dios santo, ¿¡qué pasó?!” me salió solo de la boca casi sin pensar, así como pise el umbral. Un olor horrible en toda la casa. La persiana cerrada casi sin rendijas. Ella sentada al lado de la mesita del mantel de plástico con un té sin tomar. Tenía la mirada que traspasaba el cráneo propio y el ajeno y una sonrisa de vendedora de perfumes falsos que yo no le conocía. Y mamá ahí, con su índice de antena telescópica indicándome la salida al patio.
No sé si fue una hora o un minuto que estuve ahí parada, como pegada al suelo, sin querer seguir mirando y sin poder negar la vista. Si me hubieran dicho que fue obra del demonio no lo hubiese puesto en duda. Qué potencia la vieja había puesto en esto. Volví a la salita como quien vuelve de un secuestro. La mire a ella que estaba ahí sentada todavía sonriente, y ahora seguía con la vista y la cabeza cada uno de mis pasos.  “¿Qué es esto tía?” dije, con la boca más seca de mi vida. “¿Ésto? Éstos son mis jabalíes”. Contestó, con entonación de alumna paciente y aplicada.



El Congreso de Heroínas
I
La máquina pasó a ser lo más importante de todo. El rumor sobre sus piernas chuecas, por ejemplo, sólo provocó más admiración, y la máquina tomo más importancia todavía. Escuché por ahí que sus piernas quedaron como paréntesis porque a su madre le había caído un rayo encima mientras estaba embarazada. Todo vale en la era de la máquina. Cuando Daniela Samson presentó pruebas, tres personas se desmayaron en el programa, que iba en vivo. O murieron. Y como pasa en cualquier reality show, los tres quedaron inmediatamente eliminados del la competencia. Dos hombres y una mujer. Lo cierto es que a mí me gustaría ser Daniela Samson. Si yo fuera Daniela Samson me iría volando de aquí para no volver. Planeando como una pterodáctilo adulto. Casi sin mover las alas, poderosa, inspiradora. Pterodáctilo hembra. Haciendo sombra en el suelo. Daniela Samson no hace sombra en el suelo. Y tampoco la hará. Aunque se la considere una heroína. Porque es muy fácil entregarse al chismerío. Además, no estoy totalmente segura de que sea realmente ella la que volvió. Entró como Daniela Samson y salió como quién sabe quién. Que se nos diga que es Daniela Samson no es ninguna prueba. Pobres los que se murieron. Acá la gente cree en cualquier cosa. Nadie tiene ni el más mínimo respeto. La gente pagaría cualquier precio con tal de hacerse famosa. Ya que no se sabe ni si se sale vivo. Daniela la sacó barata, solo quedó con piernas chuecas, si es que fue por culpa de la máquina y no por el rayo. La historia del rayo tiene más sentido. Mañana se le dice a la gente que salte de un acantilado y todos saltan de un acantilado. Con tal de que las cámaras lo filmen. Con tal de que al día siguiente solo se hable de la muerte en masa desde el acantilado. Simplemente estar allí y que "hablen de mí". Hoy la máquina. Mañana el acantilado. Nunca las personas. De acá a veinte años no quedará de Daniela Samson, ni la memoria. Cada uno piensa que va a vivir para siempre. La gloria termina un día. Un día vas a ser la nada absoluta. La nada misma. Ni la máquina lo puede solucionar. ¿Pero, quién quiere mantener el dolor de la existencia para siempre? Incluso el pterodáctilo quería extinguirse, estoy segura. Hoy en día en la memoria existen solamente pterodáctilos. No existe el pterodáctilo uno, el sujeto, el individuo. Así es como se extinguirá Daniela Samson. Y también la máquina, que nunca volverá a ser lo que es ahora. Incluso las máquinas no viven para siempre.
II
Las diez de la noche del lunes. El país entero está viendo el canal ciento cuarenta y siete. Todos menos yo. Esta vez Daniela Samson no regresó. Entró, pero no salió. La máquina se portó como una máquina tragamonedas. Se tragó a Daniela. No puedo más con gritos de los vecinos. Gritos de gente sobre gritos de gente. En cada barrio. En cada ciudad. En todo el país. Es algo tribal. Es el nuevo sentido de la unión. El fenómeno de la cohesión social, la solidaridad, la familia materna, una red de garantía mutua, la comunidad perdida, renacida y renovada. Un horror. Para mí Daniela Samson vio la oportunidad y decidió usarla. Incluso si la tendencia natural es pensar que todo lo que se pone en escena está previamente dirigido, yo sé que ella se fue volando de aquí por su libre albedrío y sin previo aviso. Se voló. Hizo una buena jugada. Decidió. En momentos así la gente llora. Efectivamente, la gente está llorando. Tienen miedo. Maldicen. Daniela, su heroína, les ha traicionado. En el contrato no escrito entre ellos y Daniela, ella se comprometió a volver. Pero Daniela no cumplió con su parte del acuerdo. Se extinguió antes de tiempo. Y hay un tiempo para todo. Si se te ocurre preguntarles, la máquina no tiene la culpa, sino Daniela, por supuesto. "Ya nos habíamos acostumbrado a ella. Ingrata. Es una desagradecida. Nos quedó debiendo." Pero a mí no. Yo lo supe todo el tiempo.
III
Después dijeron las palabras mágicas. Todos los productores de televisión al unísono, como un mantra. "Los queremos y les mandamos un fuerte abrazo." A la familia de Daniela Samson. ¿A cuánto llanto, miedo y enojo pude vivir una persona? Al final la consume. Pero con la desaparición de Daniela, no sólo que el peso de la máquina no disminuyó, sino que aumentó. Increíble pero no sorprendente. Ahora es grave. No es que la máquina haya matado a Daniela, sino que ahora ella está en algún sitio en los páramos del tiempo. Empieza a quedar claro. Aparte de mí, otras personas están comenzando a prestar atención y a entender. No es que Daniela se haya perdido, o haya desaparecido, pobre alma, que esté por ahí, sufriendo, anhelando y pidiendo volver atrás y salir de la máquina a nuestro tiempo. No. Es sólo que ella decidió quedarse allí y no volver. Donde esté. Es ella la que realmente sacó tajada de la inocencia de todos los productores juntos. Ella se debe estar riendo todo el día, desde la mañana hasta la noche, allí donde está. Se reprogramó. Y yo que lo sabía que todo el tiempo, no recibo ningún crédito de nada. Y lo que es peor, ahora todos quieren ser Daniela Samson. Pero Daniela Samson hay una sola. Ayer había una cola larguísima para las audiciones para participar, como de un kilómetro y medio. Una sola máquina, y millones de competidores. Es el reality show de los desesperados. De la madre de la desesperación. Las audiciones son la oportunidad de salir de aquí. Pero no de salir de aquí con título de nadie, sino volando con elegancia. Con estilo. Como un rey o una reina. Ostentosa. Bien cuidado. Venerada. Como voló Daniela. La máquina del tiempo ya se extinguirá, me digo para mí.
IV
El operativo recomendaciones está en marcha. No se puede con las audiciones. Nadie las pasa, y pronto todo el mundo se va a poner violento. Oigo sobre la máquina del tiempo en todos lados. Es probablemente la madre de todas las máquinas, el prototipo electrónico absoluto, la verdad mecánica global. Es como si se hubiese convertido en una nueva arca de Noé. Las personas dedican su vida a desaparecer a través de la máquina. Y todos se convirtieron en comerciantes de recomendaciones. Tú me recomiendas y yo te recomiendo. Esto se convirtió en un mercado negro de engrandecimiento, en un trueque de alabanzas. Pero yo no estoy en ese negocio. Nadie me va a recomendar de todos modos. Y no voy a vender mi simpatía a cualquiera. A cualquier precio. Tres semanas y aún estamos en medio de la operación recomendaciones. No hay vida, sólo máquina. Sólo el viaje en el tiempo es lo que le interesa al prójimo. Salir de aquí. Como un pato, un gorrión o una cigüeña. O como una hembra pterodáctilo. Si antes era entretenimiento, ahora se ha convertido en el aire que respiramos. Un ambiente de guerra domina la calle. Se terminó la fase de la solidaridad. Fotos e Imágenes de Daniela Samson rellenan los espacios públicos y privados, los físicos y los virtuales. Y yo sigo fuera del negocio. La primera en reconocer y la última en hacer. Ojalá fuera yo Daniela Samson.
V
Hay un tiempo para todo. No hay tiempo. Vamos a ahorrar tiempo. Aprende a manejar el tiempo y todo estará bien. El tiempo se agota. Dupliquemos el tiempo y saldrá algo bueno. El tiempo es dinero. Dame tiempo suficiente y no serás decepcionado. Hace mucho tiempo que no se oye la palabra tiempo. La gente le tiene miedo a la palabra. Así como emitir la palabra cáncer se considera una acción clave para contraer la enfermedad, la palabra tiempo es considerada ahora la palabra clave para el desastre. Quien la dice se arriesga a perder. El término "tiempo" fue reemplazado por la palabra "destinado" en el léxico común. Hay un destinado para todo. No hay destinado. Vamos a ahorrar destinados. Aprende a manejar el destinado y todo estará bien. El destinado se agota. Dupliquemos destinados y saldrá algo bueno. Proporcione suficientes destinados y no saldrá decepcionado. Hoy se dará a conocer quién es el destinado. Hoy se anunciará el ganador que van a participar en el reality show y viajará por la máquina del destinado. Esta vez el pasajero deberá firmar un contrato por escrito. Con un abogado. Al pasajero se le obligará a volver, a menos de que la causa de no regresar sea un mal funcionamiento. La elección del pasajero se basa en el operativo recomendaciones. Yo no fui recomendada. Estoy tranquila. Como si estuviera mirando a través del cristal de un acuario desde afuera. Escucho el televisor de los vecinos y sólo pienso en Daniela. ¿Quizás ella nos este mirando como desde el cristal de un acuario? ¿Habría allí también reality shows? ¿Su decisión de no regresar será una decisión final? De repente todo está tan silencioso que no tengo duda alguna de que pronto tendrá lugar el anuncio. Tormenta de gritos. Millones de gritos ensordecedores juntos.
VI
Es como si mi cerebro hubiera quedado en suspensión. En cámara lenta. Como que lo que me está pasando no me estuviera pasando. El shock no me permite experimentar o sentir. ¿Por qué hablan de parámetros como la "verdad" y la "fiabilidad", si se habló de recomendaciones? ¿Cómo yo, que no estoy recomendada? Hicieron comercializar a la gente con las recomendaciones, usar a la simpatía como un producto de cambio en el mercado, ¿y ahora hablan de "honestidad"? ¿De "integridad"? ¿Yo? ¿Cómo que yo? ¿Yo, que no estoy del lado correcto del acuario, que miré todo este tiempo desde afuera, sin intención de entrar? Desde la perspectiva del programa, eligieron a la única persona que no fue recomendada, la que no mintió, la que no vendió ni compró recomendaciones. A mí, que ni siquiera tengo televisor. Me lanzaron al juego como al hombre bala se lo lanza desde la boca del cañón. A mí, que no he cambiado nada en la compra venta del amor. De pie frente a  la máquina, que antes me parecía enorme y ahora me parece de miniatura. Ni siquiera me dio el tiempo para cambiarme de ropa. Las lentes de las cámaras se me hacen ventanillas inquisidoras. Como puntas de espadas a un milímetro de distancia del ojo. Como ventanillas de atención al cliente de tamaño monstruoso. Caminando hacia la máquina. Doy un paso y vuelo. De golpe y a la vez se rompe la barrera del completo silencio. Como un golpe de suerte. Un golpe de suerte pura, sin piernas chuecas.
VII
Cuando Daniela Samson aterrizó, el estudio de televisión estaba lleno. Lo de la máquina es una por una. Hay espacio para una sola. Si una entra la otra es eyectada. Así es como la máquina decidió funcionar. Así que Daniela, la primerísima heroína, hace su camino de regreso a la conciencia de la gente. Camina el sendero del amor y del odio de las masas. Le guste o no, lleva el  título de heroína grabado en todo el cuerpo. La heroína de aquellos que se merecen una heroína como ella. La heroína de las mojarritas más mojarritas del estanque. Profundo en su corazón, Daniela es una intermediaria. Ella media entre la miseria y la felicidad. Entre las playas que no se limitan a cualquier costa, y el trozo de piel que cubre la carne. Es una mediadora. Es así cuando uno pasa por la máquina. Pulpa y papel maché. Mezcla de miel y de harina. Mandarina con sabor a postre instantáneo. Llena de premios pero sin suvenir. Daniela y su viaje en el tiempo. Daniela y su regreso a la realidad de hoy. No tuvo ni tiempo de abrir la boca. Nunca habló. No se quejó. No discutió. Con un movimiento corto y razonable Daniela fue sometida a su amargo destino. Ser la centinela de mi destino.
VIII
Lujosa. Cosa que vale la pena. Inyección de adrenalina. Expansión. Escaneo todo como por detrás de una cortina semitransparente. De repente soy Romeo y Julieta. Aleccionador. Conformación. Enojo. Flexión. Meandro del tiempo. Hermoso recodo. Torcedura deslumbrante e inusual. El aire es como que disipa los minutos. El derredor produce un adelgazamiento fractal en los segundos y los sublima uno por uno. El tiempo se vuelve visible de manera repentina. Y se lo ve gordo. Industrial. Lo que era natural ahora es bruto. Es la maceración del tiempo. Si se tratara de una película de terror, sería el momento en el cual el pasillo se extiende al ritmo en el que corre el personaje. Pero no es una película de terror. Es una película predadora. Nada se interpone entre mí y todo lo que emerge. No hay vida eterna. Porque no hay eternidad. Aquí no hay nada en absoluto de todo lo que surge, nada que sea similar al tiempo tal como lo conocemos. Y yo no tengo idea de que Daniela está en mi lugar. Estoy en el espacio donde no hay lugar para lo necesitado, lo que se impone, lo que impone una obligación. La resistencia se desvanece. Sólo belleza descalza, salvaje, gritando, emergente. La máquina del tiempo encrespa mi existencia.
IX
A Daniela la metieron en una pequeña habitación. La producción estableció su estancia en una de las salas del estudio. Incluso no ve ni a su familia. Dicen que es peligroso. Tuercen la lógica. Daniela Samson, la empañada heroína del pueblo, no recibe visitas. El reality show y la máquina fueron incautados hasta nuevo aviso. ¿Qué quiere la gente a fin de cuentas? Un salvador y una salvación, y un café y una torta de queso. En la realidad pasó ya un mes. En la máquina, el tiempo no se acumula. Para Daniela el tiempo no se verá jamás como se veía antes, y por su parte, la razón la tiene quien justifique el presente. En medio de la más fina limpieza, y de la tranquilidad que prevalecía en su habitación, estalló el caos. "¡No hay vida sin vida!" Se oyó decir a gritos. Un grupo de niños adolescentes autodefinidos como "seguidores fanáticos de la heroína", rompieron la puerta de la habitación de Daniela a fuerza de voluntad, de palos y de brazos. Las mojarritas más mojarritas del estanque exigen la presencia de las heroínas. Sin heroínas no hay objeto. No hay presente ni futuro. El congreso de las heroínas debe de concretarse. Daniela se ha convertido en el ancla que estabiliza la débil existencia de una generación entera. Y yo, que me encuentro en los distritos del tiempo sin tiempo, no tengo idea de que el premio soy yo. Ni que Daniela custodia mi destino.
X
Los niños mojarrita y la heroína van camino a destruir la máquina. Prepararon una fortaleza, los niños del diablo. La respiración del grupo se oye como un ruido de álamos, y Daniela es mediadora. Es una fuerte mediadora. Entre el futuro imaginario y la depresión de medidas exactas, Daniela está mediando. Entre la legalidad del ardor que brilla en sus rostros y la enorme grieta que se abre por debajo de sus pies, está mediando. Entre la esperanza y la perdición. La máquina más perfecta que existiera, se encuentra ahora en manos de los chicos más torturados de la historia humana. Y la llevan como un anillo de bodas. Pronto comenzará el congreso de heroínas. La conferencia de la calamidad, marcando todo lo que crece de la alegría. Una pieza de poesía eximida de todo dolor y enfermedad. Un aprecio sentimental y furioso crece en esos chicos, inventores del futuro. La revolución está en marcha. El gobierno de los que se negaron a merecer tales heroínas se despierta. Y los niños no le erran, lo ven venir. Toman su destino en sus manos y Daniela toma en las de ella mi destino. Se hace una sombra en el suelo. Es la heroína de los héroes. Y yo ya no estoy en la dimensión de la extinción. Ni la máquina tampoco. Ni Daniela, ni los chicos.

El amor detrás de tu rabia
"Es ése". "¿Cómo sabés?" Le pregunté, convencida de que otra vez no me lo iba a decir. Y no me lo dijo. "Ahhhh…", fue su respuesta. No había una sola vez que no acertara. Desde siempre. Creo que yo saqué de ella esa capacidad de saber, de ser bruja. Una vez podría haber ganado la lotería, pero mi intuición no estaba tan desarrollada en ese entonces. Ahora no me vienen números, sino palabras. Toda la última semana me vienen estas dos: rabia y amor. Están por todos lados.
Esta noche otra vez el camión de la basura me despertó a las cinco de la mañana y después no dormí más. Por eso ahora no me puedo concentrar. Qué rabia que me da. "Ahí tenés, ¡rabia! ¿Ves, te dije?" Igual si hago la cuenta ésta emparejado, no me aparece más veces rabia que amor, por suerte.
Esto es sólo por el placer de buscarle las cinco patas al gato, nada más. Por ganarle al numerólogo que dijo que Hamás iba a hacer un error. Y lo dijo justito antes de que Hamás abra fuego y capture al soldado durante el cese del fuego que le había prometido a Estados Unidos. Yo sigo buscando sólo por querer ser más bruja que ella. Igual, para mí que fue suerte lo del numerólogo, tiene una cara de farsante que se le cae. Y yo ahora no me puedo concentrar, y todo por la basura.
Para más rabia, casi se me rompen los anteojos. Los dejé acá, para que no se caigan. Y se cayeron igual. Eso es lo que más rabia me da, cuando sé que va a pasar algo, lo quiero evitar y pasa igual. ¿Les pasará eso a todas las brujas o solamente a mí?
Concentración. Centración. Focalización. Nada. Nada de nada. ¡Qué tendrá que ver la rabia con el amor y por qué no encuentro el eslabón perdido que me cierre el mensaje! Pescado rabioso…pesca…Amor de verano…No…por ahí no va. Rabia que en el amor se encuentra…cuneta donde tu auto entra…No, por ahí tampoco.
Miro y miro el libro de Steve Jobs que coloqué debajo de la pantalla de la compu para elevarla a mi altura, como si la respuesta estuviera en su lomo. Nada. Miro el techo. Nada. Miro la lista del super, la ventana, el frasco del azúcar, la pizarra, la heladera, el piso, la mesa. Nada.
De pronto escucho la voz de "Ducás" de la serie "Amigos en la granja" bien clarita, viniendo del parlante de la tele. La respuesta está debajo de tus narices, dijo "Ducás"." ¡Ahí está! ¡Tengo que escuchar! ¡No mirar!!Tengo que oír!"
"¿Pero oír qué?" Adelanto un paso, retrocedo dos. Hay que oír. Oyendo se entiende la gente…Oigo al caminar…La rabia que oigo…El caminar que se entiende…El amor en tu rabia… ¿El amor en tu rabia?
"¿Y ahora qué diría mi abuela, la bruja que todo lo sabía?" Tengo que hacer un esfuerzo y concentrarme. No hace falta apurarse. No hay que caer en supersticiones. Si  no lo logro, no habrá diferencia entre el numerólogo de la cara falsa y yo. El amor en tiempos de cólera…Cólera ende rabia…El amor en tiempos de rabia…No sé. Tengo que oír qué hay detrás. Ver qué se esconde en todo esto.
 ¡Ahí está! ¡Lo veo en pleno Facebook! con todo el esplendor del verdadero y fantástico kitsch, con el multicolor de la verdad paciente, con el vigor de una profunda y consolidada verdad de arte pop: "Sólo quien te quiere de verdad comprende tres cosas de ti…El dolor detrás de tu sonrisa, el amor detrás de tu rabia, y las razones detrás de tu silencio". Frase célebre de quién sabe quién. Mucho mejor que el numerólogo.




Tres miguitas de Petit Beurre
Un efecto es un efecto, si pensás que va a funcionar, hacelo una o dos veces, nunca lo hagas tres, la tercera vez ya no funciona", dijo Julio con los ojos cerrados, al pasar, como si realmente no le importara, mientras comía del plato de espaguetis lentamente como un camaleón.

"Está perdido", dijo Uzi sin voz, sólo con el pensamiento.

Julio inclinó la cabeza hacia atrás y afirmó:" no conozco a nadie al que un efecto le haya funcionado más de dos veces", pero vos hacé lo que quieras.

Uzi miró a Julio con el cuchillo en la mano, untó el queso en su Petit Beurre y se selló la boca con la galletita. Con cada bocado se preguntó por qué Julio siempre tenía que poner nervosa a la gente, y por qué siempre tenía que añadir "vos hacé lo que quieras", cuando estaba claro que su intención era la opuesta.

"Escuchá", un ejemplo", dijo Julio, y siguió con el mismo aliento, "una sola miguita de Petit Beurre a veces vale más que tres ¿No es cierto?" Julio sacó una galletita del envase, la desmigajó por encima de los espaguetis, los revolvió y se los llevó a la boca con placer.

"No voy a esperar", Uzi se dijo para sí, "no voy a esperar, pero no voy a decir nada, lo voy a conseguir, con efecto o sin efecto, incluso tres y cuatro veces, se lo voy a demostrar a él y a todos".

Uzi se levantó determinado para irse, de pronto se dio vuelta y miró a Julio firmemente, con una mirada hirviente, una mirada del infierno.

"¿Puedo llevarme prestado el cuchillo?" dijo Uzi.

"Claro, pero devolvémelo", contestó Julio, con la boca llena, y aún con los ojos cerrados.

"Claro que te lo devuelvo", soltó Uzi, con voz de Minotauro.

Julio volvió a decir: "hacé lo que quieras".

Uzi tomó el ascensor para bajar y ahí notó el espejo roto. Hacía como un mes que el espejo del ascensor mostraba grandes grietas verticales. Siete años de mala suerte. "¿Cómo diablos voy a hacer lo que quiera?", se preguntó Uzi a sí mismo, esta vez en voz alta, observándose en el espejo agrietado, "voy a devolverle el cuchillo a Julio ahora mismo".

Entró en la habitación que había dejado hacía tres minutos , Julio seguía desmigando galletitas sobre los fideos. Uzi consiguió el efecto de devolverle el cuchillo a Julio tres veces, ni una, ni dos. Tres profundas veces consiguió el efecto.

Tres días más tarde, nadie tomó en cuenta las tres miguitas de Petit Beurre que estaban todavía pegadas en la mejilla ensangrentada de Julio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...