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domingo, 23 de octubre de 2016

Una conversación matinal



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"¿Quizás sea lo mágico lo que se pone a prueba con la edad?" me pregunté en un exabrupto. "La autenticidad de las cosas mágicas se va desintegrando así pasan los años, como un jabón se desintegra cuando queda agua en la jabonera, de manera discreta y sorda", se me precipitaron las palabras. "No es la abstinencia de lo mágico, sino una metamorfosis, una transfiguración de lo fantástico, que engrosa la arruga del medio de la frente", pensé, "o quizás, se trate de una reforma que pone puntos en letras que nunca son la íes, un ajuste, un doblez, en la ciudadanía de los años", expresé en voz alta.



"La rutina tiene un cráneo redondo pero plano, como el planeta tierra fue plano pero redondo en una época. Eso hace de la rutina algo versátil, convertible, algo mágico, en su simultaneidad", me dije mientras miraba el fondo de la taza que todavía mostraba restos de café. Un café que revelaba el reflejo de mi ojo, que me miraba fijamente, confiado y desafiante, como el ojo de un compadrito en un duelo entre pares. "Ese es un ojo mágico", me dije, "como lo es el ojo de la aguja que deja pasar el hilo, aunque la mano que la enhebra tiemble, tenga venas azules y tridimensionales, y la recubra una piel que se ha vuelto seca y blanquecina por los años".



"Lo mágico es como una reacción en cadena", me recité a mí misma, "un proceso con productos adicionales, que una vez iniciado solo puede propagarse hasta que se agote el material". Pero, "¿qué es ese material?", me pregunte, como para seguir la conversación conmigo misma, ya que era una conversación que se estaba tornando densa e insaciable. "Es el infinito", me dije, fantaseando una paradoja un tanto huidiza, pero aceptable, "este mismísimo texto, que produce inmensas vastedades en cada letra, es el testimonio de la existencia de una infinidad mágica, casi tan palpable como la arena de las playas", me terminé diciendo, dando entonces por terminada mi pretérita conversación matinal, evitando así cualquier malentendido de mi parte.

martes, 18 de octubre de 2016

El encanto de no pertenecer



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[...] ¿Les ha pasado que viajaron a otro país, y entre todo lo que hay para disfrutar del hecho, disfrutaron especialmente de no pertenecer? A mí me pasa cada una de las veces. Ya desde el avión, mientras diviso a esos autitos en esos pavimentitos que dividen esas casitas, sabiendo que no soy parte de todo ello, me siento plena y reconfortada.

Es un no pertenecer suficiente, no extremo. Las casitas no me son totalmente extrañas, ni yo no les soy totalmente extraña a ellas, solo lo suficiente para el encanto de la inercia. Es el no pertenecer, pero no llevado a su máxima potencia, sino llevado una potencia que encaja con la inercia de la no existencia, con ese sentimiento divino que comienza a partir del avistamiento de vida desde la ventanilla del avión; de vida en forma de luces de una ciudad lejana, que emana sus reflejos vívidos al cielo, su esencia ciudadana, su potencialidad. Pero simultáneamente, emana también su inercia de contratos vencidos, de semáforos rotos, de mordidas de perros a vecinos incautos, de ventanas con persianas trabadas, de tarjetas de crédito robadas, de niños llorando, de madres llorando. Son inercias paralelas, como universos paralelos, se intuyen pero no se ven ni se tocan. Desde mi estado, en mi universo de inercia para-existencial, soy como un cuerpo celeste de gran masa, casi como un agujero negro, o como una estrella de neutrones. Tengo un campo gravitacional que atrae todo lo bueno de no existir, pero existiendo.

Mi no-existencia es tal, que puedo sumarme o no sumarme a cualquier pensamiento o estado de ánimo. Puedo usarlo todo o no usar nada. Soy como un gato callejero que se cuela a una casa por la ventana de la cocina, miro desde afuera, pero a la vez soy parte. Una estela de bienestar, de desahogo, me sigue atrás; soy como una estrella fugaz, como un aguacero de verano que arranca de las baldosas ese aroma tierno y húmedo que tenían reprimido. El ardor de la ciudad no me pertenece, ni yo a él. El no pertenecer es como un sopor, un letargo, un adormecimiento, pero habitado por la mismísima realidad, por la elocuencia; como un sueño vívido que sobrevive a la memoria.

Es la practicidad del aterrizaje del avión de vuelta la que me extrae de mi sueño vital. Tendría que tomar el no pertenecer liberador como una práctica, así como un deporte o como un juego. Ser capaz de acceder a él como los iniciados acceden a un secreto milenario, así como un bebé accede al secreto de los bípedos, o como una ameba accede al potencial infinito, y se rellena de él como un raviol. La no existencia de los viajes no es igual a la sensación de no pertenecer que me sabe acompañar en tierra conocida. El no pertenecer del exterior tiene encanto de flauta mágica, tiene supremacía y señorío. Tal vez necesite una ignorancia inocente, una sin capacidad de sospechar ni de juzgar, pero suficientemente sabia como para resistir cualquier aterrizaje. La inercia de la no existencia seguramente atiende a las leyes de la física, pero una buena ignorancia nunca es un mal punto de partida para el encanto de no pertenecer. [...]



martes, 11 de octubre de 2016

¿48 y todavía "multipotencial"? Confesiones de un trasero de mal asiento




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Dibujo a4 por la artista Holly Madeley


Hasta hace poco pensé que yo era simplemente un sapo de otro pozo, un trasero de mal asiento, una inetiquetable, una inconforme permanente, una con hormigas en las cachas, una inconstante, una intranquila de nacimiento, una con síndrome del eterno estudiante, un pulpo tratando de ponerse una camisa diseñada para dos brazos. Ahora no me quedo mucho más tranquila. Ahora sé que yo también tengo una etiqueta, y esa es "multipotencial", soy una persona "multipotencial". ¿Qué suerte?


No soy la única, ni el término persona multipotencial se inventó para mí. Es usado para describir a aquellas personas que tienen variedad de intereses, curiosidad invencible, y empuje creativo; y que no son capaces de contestarse nunca a la pregunta de qué quieren ser cuando sean grandes. Mis definiciones profesionales hasta ahora son las siguientes (según las distintas épocas de mi vida, aunque pueden ir y volver): actriz, cantante, maestra de teatro, coach, facilitadora grupal, desarrolladora de contenidos, impartidora de talleres, socióloga (nada me demuestra que terminará allí). Mis intereses son variados (puedo pasar horas hablando y estudiando sobre cada uno, en la red y en otros sitios): física cuántica, astrofísica, arqueología, sociología, improvisación, fenómeno ovni, parapsicología, psicología, jardinería, decoración, relaciones humanas y comunicación interpersonal, escritura, lenguaje corporal, espiritualidad y religión, geometría fractal, antiguo Egipto, y otros tantos. Tengo la plena seguridad de que podría dedicarme a cualquiera de ellos (quizás no a la física, ya que aunque la matemática me es fascinante, es una tortura para mí. Debo sufrir de dyscalculia, aunque no fui diagnosticada). Soy de decir que ojalá pudiera vivir 140 años, ya que ¿por suerte? Me interesa absolutamente TODO.

Mi currículo parece el de varias personas distintas, así que tengo varios resumes distintos, uno para cada ítem. Y sí, me gusta mezclar ideas que "pertenecen" a distintos campos, conectar entre cosas que parecen sin conexión. La capacidad de sintetizar ideas que vienen de campos diferentes debería ser un don, pero no siempre es visto así, a veces incluso está mal visto, como si yo hiciera de TODO una única ensalada. Mi capacidad de aprender rapidísimo debería ser una ventaja, pero a veces es visto como "falta de profesionalidad". La adaptabilidad que me caracteriza incluso puede ser vista como algo insatisfactorio en ciertos momentos o en ciertos círculos. Mis intereses pueden irse y volver o aparecer nuevos, pero nunca son solo uno o dos. Suelo entrar en un tema que me interesa, estudiándolo hasta consumirlo, y entonces otro tema surge como interesantísimo para mí.

"¿Cuál es el subtexto de mi inconformidad permanente?", me pregunté, con la esperanza de contestarme, y así poder arreglar mi condición y llevarme a la normalidad "¿Por qué no puedo dedicarme a una sola cosa por los años de los años como todo el mundo?", me imploré. "El problema es que me rehúso a elegir", me dije entre dientes. Llegué a esa percepción ayer por la mañana, mientras presenciaba una charla sobre lenguaje corporal, dictada por una "experta" en lenguaje corporal, que estaba acompañada por un actor, que actuando, demostraba en escena las distintas maneras de expresarse. "OK"…me dije a mí misma con tono condescendiente, solo por cortesía hacia mí, "la experta está haciendo lo que tú haces en tus talleres, solo que tú lo haces todo, también explicas y también actúas, tú puedes hacerlo, entonces por qué tú no estás considerada una experta?", me formulé en tono inquisidor, y sin cortesía alguna, "pues porque para que se te considere a ti una experta en eso tendrías que dedicarte únicamente a eso, durante varios años", me contesté, "no se trata de lo PUEDES hacer ¡MENTECATA! Sino de lo que QUIERES hacer". "Ahora todo está más claro", me dije, admirada, "¡PERO QUÉ SEMEJANTE MOJÓN!", rematé.

"¿Quizás esta condición sea la causa de mi permanente ansiedad?", me pregunte, ya que si no termino eligiendo algo específico, y descartando todas mis otras pasiones, quizás nunca pueda desarrollar una carrera. Pero si me limito, viviré con el veredicto más cruel: el aburrimiento. He aprendido del entorno que no quedarse con una sola cosa es algo que está mal, que la "multicidad" es nociva, que mi curiosidad y la necesidad de saciarla es un problema, que debo concentrarme en una sola cosa, que ocupar el tiempo en varias cosas es no menos que una trampa que me llevará al vacío. Pero en realidad la pregunta de qué quieres ser cuando seas grande es la verdadera trampa. Esa pregunta te enseña a concentrarte en una sola cosa, ya que se espera de ti una única respuesta. Hasta hay un proverbio que ayuda a la internalización: "el que mucho abarca, poco aprieta".

No, no soy experta en algo que se pueda enunciar en una sola palabra, y quizás nunca seré una especialista. Queda claro que mi especialidad es no especializarme. ¿Problema? No. Nadie puede convencerme de que mis capacidades analíticas, de que mi capacidad de síntesis, de que mi manera ágil y veloz de aprender cosas nuevas, de que la pasión que me caracteriza, y las ganas de crear cosas nuevas desde las encrucijadas entre las distintas áreas, es un verdadero problema. "De ahora en más no consideraré mi rehúso a elegir como un problema", me declaré a mí misma con amor; y me dicté lo siguiente: "de ahora en más bucear en los temas que me apasionan y aprender variadas cosas no será ya visto por mí como una pérdida de tiempo que aumenta mi ansiedad, sino que así veré el intento de ser lo que no soy".

Si existen entre mis lectoras algunas almas que se han visto reflejadas, entonces mis queridas multipotencialidades, adoptemos nuestras capacidades como nuestra especialidad más apreciada. Nada nos hará más feliz, ni menos exitosas.


*Tu comentario siempre es bienvenido en este blog.

sábado, 8 de octubre de 2016

"Si hay piñas yo voy"



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Eso le dije a mi marido anoche, en un tono confiado y decidido, que me sorprendió incluso a mí. Le dije: "Si hay piñas yo voy" desde la cama, acostada e inmóvil, con un terrible dolor de cuello y espalda por una contractura muscular, mientras me identificaba con el personaje de Larry David en "Whatever Works" de Woody Allen. Mi marido acababa de regresar de su primera clase de Tai Chi y me dijo que en la clase hubo también un arte marcial con unos golpes ficticios. "Ahhh golpes!" Me dije a mí misma, "lo deseado no se encuentra y lo que se encuentra no es deseado, pero encontrar es bueno, y cuanto antes mejor". Boris, el personaje de Larry David en la película diría: "una vez fui nominado para el premio Nobel, pero ¿cuál es el punto?"

Naturalmente, mi asociación libre me condujo a un pequeño incidente de hace un años o dos: me encontré con una chica que hizo la secundaria conmigo, y ella me dijo sin vacilar "¡no cambiaste nada!", como un cumplido. En ese momento lo tomé realmente un cumplido, incluso se lo copié y se lo dije exactamente así a otra persona que hacía mucho que no veía. Pero entonces, viendo su reacción, me di cuenta de que esa oración estaba lejos de ser un cumplido. Era una piña. Mientras seguía la charla con esa persona que hacía mucho que no veía, mi atención se dividió en dos. "Honestamente, ¿qué es exactamente lo favorecedor de no cambiar nada?" Me pregunté a mí misma del otro lado de la atención. "Si se puede llegar a hacer penicilina de un pan duro, entonces se puede hacer algo de mí, algo que podría despertar una declaración como ¡cómo has cambiado! que sería preferible para mí que una declaración como ¡no cambiaste nada!". Estoy segura de que su intención era felicitarme por mi apariencia física, algo así como "¡¿47!? ¡No parecés!", que tampoco tomo como un cumplido (a un desarrollo de pensamientos como este lo llamo "síndrome de sobre-pensar", que hace que todo el subtexto suba a la conciencia permanentemente), "cambiar es bueno", pensé, "siempre y cuando el cambio sea para mejor."

"¿Pero por qué golpes?", me pregunté, pues porque las olas golpean las rocas y hacen de ellas playas de suaves y preciosas arenas; y los rayos golpean la arena, y hacen de ella bellísimos diseños de vidrio. "¿A quién estoy tratando de engañar con esta frase tan poética?", pienso mientras escribo. "Golpes por la sensación de poder y de control, piñas porque es un entrenamiento con propósito", me dije a mí misma. De todas formas, no estamos hablando de golpes de verdad, sino sólo de un entrenamiento, como en el Kickboxing, de golpes al aire. Aún así, el movimiento tiene un fin, un propósito, tiene subtexto, y yo necesito del subtexto. Durante años entrené Kickboxing en casa, hasta que las células que componen mis vértebras cervicales comenzaron a comportarse como células terroristas, y mi cuello empezó a actuar como un asiento de colectivo, siempre está tomado. "Me estoy volviendo nostálgica", pensé, pero la nostalgia ya no es lo que era antes, quizás debería sopesarlo.

"Las escaleras mecánicas nunca se descomponen, simplemente se convierten en escaleras", leí en alguna parte. "¿Tal vez ir al curso de piñas no sea una mala idea?" Me pregunté, y a continuación me contesté a mí misma en el lenguaje de los proverbios, "La vida no se mide en años, sino en hechos". Eso es discutible, pero si todo el tiempo espero al futuro, este será más corto. "Esta es una oportunidad para ponerse nuevamente en forma", me dije. Es como cuando alguien te sirve el desayuno en la cama, tú debes decirle "gracias", no decirle "¿quién eres y cómo diablos entraste a mi casa". Así que tal vez sea el momento de golpear de nuevo, de ponerse las zapatillas y de pelear contra el aire. Quizás tenga razón el dicho que dice que "sólo quien respira el polvo de los caminos podrá llegar a inhalar el aire fresco de las cumbres", quizás no. Lo que es seguro es que debería cambiar algo en mi rutina, cambiar por cambiar nomás, para ser capaz de decirme "¡cómo has cambiado!" la próxima vez que lleve una conversación conmigo misma, y pueda responderme con orgullo: "¿Has visto? ¡Y todo gracias a ti!"


lunes, 3 de octubre de 2016

La increíble transformación



"La increíble transformación del perro que se convirtió en piedra." Con un título así, ¿quién puede resistirse a leer el artículo? me dije a mí misma un calurosísimo mediodía (que seguramente era el prototipo del clima caluroso), mientras me fundía en la silla frente a la computadora, como se funden los glaciares del polo norte por el calentamiento global.

En primer lugar, el título tiene la palabra "transformación", una palabra a la que ya nos acostumbramos por los innumerables programas de televisión emitidos en los últimos años, que usaron la palabra "transformación". A veces parece que todo objeto inanimado y todo ser vivo han pasado por una transformación, o deberían; desde casas, mujeres, hombres, y hasta perros y gatos..."

Pero volviendo al título del perro, de inmediato hizo que me preguntara algunas cosas, por ejemplo: ¿La transformación es que el perro se convirtió en piedra? ¿O en que volvió a ser perro, después de haberse transformado en piedra? ¿Estará en el tipo específico de piedra en la que el perro se ha convertido? De hecho, ¿de qué tipo de piedra estamos hablando? No hay escape, hay que leer el artículo.

En el exacto momento en el cual puse la mano en el máus para hacer "click" en el link al artículo, un pensamiento intuitivo y exacto vino a mí, como una revelación: "Hay un hombre cuya profesión es escribir títulos". Ese hombre tiene un número infinito de títulos útiles en una enorme base de datos que le pertenece sólo a él. Es un profesional de los títulos. Tiene títulos de artículos, cuentos y textos de todo tipo, como la naturaleza tiene pétalos de flores, por miles de millones.

A pesar de que su profesión no es una profesión que se aprenda bajo el título de "escritura de títulos", ya que carece de título por sí misma, igual existe. Seguro que ese hombre vive en una casa donde las paredes están empapeladas de chistes Bazooka. Tal vez él sea el que escribió los titulares de los chistes. Tal vez sea el mismo hombre cuya voz se oye de fondo, cada noche, diciendo: "Noticias 10, con Tamar Ish Shalom", en el canal 10. Sin duda es un hombre de títulos.

El título es el currículum del artículo, pensé (habiéndome vuelto ya parte integral de la silla de la computadora, al igual que los glaciares derretidos ya son parte integral de los océanos). Pero el título no es el resumen de la historia porque dice algo sobre el artículo, sino porque es un tipo de documento que hace que seleccionemos en "sí" y "no", como si fuéramos empleadores potenciales clasificando los currículos de los postulantes. Es una evaluación que se lleva a cabo así: "sí" (leer el artículo) y "no" (no leer el artículo). Nosotros lo sabemos, y el hombre de los titulares también lo sabe. El mismo título "CV", que la mayoría de la gente escribe en la parte superior del currículum (y están seguros de que la idea viene de ellos), procede en realidad de él, de su base de datos infinita. Es una profesión que pasa de padres a hijos, de madres a hijas, en una dinastía familiar que gobierna los titulares de los acontecimientos históricos.

Una cosa es el título, y otra cosa es la historia, me dije en voz alta. Grandiosos artículos, interesantes, intrigantes, excitantes y profesionales, pueden caer en la clasificación del "no" del lector, si el hombre de los títulos comete un error. Por lo tanto, el hombre titular debe dedicar su vida al mantenimiento, al desarrollo, y al pulido de títulos. Palabras clave seguramente pasan de generación en generación en su familia. El hombre debe entrenarse permanentemente en encontrar el titular correcto, y no hay duda de que su vida está llena de sentido. Aún así, la gente no ama al hombre título. Titulares de terribles desastres, homicidios, accidentes y otras catástrofes, son los más solicitados. Por lo tanto, él y su dinastía familiar se mantienen en secreto, y no tenemos ninguna información sobre su identidad. Así, la gente no puede culpar o castigar al mensajero.

"El hombre sentido de la vida al que nadie ama, es el hombre título", escribo en un papelito y lo pego en la primera página de mi nueva agenda del año 5777. Cierro la agenda como quien cierra la puerta de la alacena donde están los chocolates y las papas fritas, sabiendo que enseguida la voy a volver a abrir para sacar otra cosa. Tal vez lo que saque sea "La increíble transformación del hombre título que se transformo en amado". Sí, pensé, ya que la esperanza es lo último que se pierde. Mientras tanto, me tendré que conformar con "La increíble transformación del perro que se convirtió en piedra."



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