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sábado, 8 de octubre de 2016

"Si hay piñas yo voy"



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Eso le dije a mi marido anoche, en un tono confiado y decidido, que me sorprendió incluso a mí. Le dije: "Si hay piñas yo voy" desde la cama, acostada e inmóvil, con un terrible dolor de cuello y espalda por una contractura muscular, mientras me identificaba con el personaje de Larry David en "Whatever Works" de Woody Allen. Mi marido acababa de regresar de su primera clase de Tai Chi y me dijo que en la clase hubo también un arte marcial con unos golpes ficticios. "Ahhh golpes!" Me dije a mí misma, "lo deseado no se encuentra y lo que se encuentra no es deseado, pero encontrar es bueno, y cuanto antes mejor". Boris, el personaje de Larry David en la película diría: "una vez fui nominado para el premio Nobel, pero ¿cuál es el punto?"

Naturalmente, mi asociación libre me condujo a un pequeño incidente de hace un años o dos: me encontré con una chica que hizo la secundaria conmigo, y ella me dijo sin vacilar "¡no cambiaste nada!", como un cumplido. En ese momento lo tomé realmente un cumplido, incluso se lo copié y se lo dije exactamente así a otra persona que hacía mucho que no veía. Pero entonces, viendo su reacción, me di cuenta de que esa oración estaba lejos de ser un cumplido. Era una piña. Mientras seguía la charla con esa persona que hacía mucho que no veía, mi atención se dividió en dos. "Honestamente, ¿qué es exactamente lo favorecedor de no cambiar nada?" Me pregunté a mí misma del otro lado de la atención. "Si se puede llegar a hacer penicilina de un pan duro, entonces se puede hacer algo de mí, algo que podría despertar una declaración como ¡cómo has cambiado! que sería preferible para mí que una declaración como ¡no cambiaste nada!". Estoy segura de que su intención era felicitarme por mi apariencia física, algo así como "¡¿47!? ¡No parecés!", que tampoco tomo como un cumplido (a un desarrollo de pensamientos como este lo llamo "síndrome de sobre-pensar", que hace que todo el subtexto suba a la conciencia permanentemente), "cambiar es bueno", pensé, "siempre y cuando el cambio sea para mejor."

"¿Pero por qué golpes?", me pregunté, pues porque las olas golpean las rocas y hacen de ellas playas de suaves y preciosas arenas; y los rayos golpean la arena, y hacen de ella bellísimos diseños de vidrio. "¿A quién estoy tratando de engañar con esta frase tan poética?", pienso mientras escribo. "Golpes por la sensación de poder y de control, piñas porque es un entrenamiento con propósito", me dije a mí misma. De todas formas, no estamos hablando de golpes de verdad, sino sólo de un entrenamiento, como en el Kickboxing, de golpes al aire. Aún así, el movimiento tiene un fin, un propósito, tiene subtexto, y yo necesito del subtexto. Durante años entrené Kickboxing en casa, hasta que las células que componen mis vértebras cervicales comenzaron a comportarse como células terroristas, y mi cuello empezó a actuar como un asiento de colectivo, siempre está tomado. "Me estoy volviendo nostálgica", pensé, pero la nostalgia ya no es lo que era antes, quizás debería sopesarlo.

"Las escaleras mecánicas nunca se descomponen, simplemente se convierten en escaleras", leí en alguna parte. "¿Tal vez ir al curso de piñas no sea una mala idea?" Me pregunté, y a continuación me contesté a mí misma en el lenguaje de los proverbios, "La vida no se mide en años, sino en hechos". Eso es discutible, pero si todo el tiempo espero al futuro, este será más corto. "Esta es una oportunidad para ponerse nuevamente en forma", me dije. Es como cuando alguien te sirve el desayuno en la cama, tú debes decirle "gracias", no decirle "¿quién eres y cómo diablos entraste a mi casa". Así que tal vez sea el momento de golpear de nuevo, de ponerse las zapatillas y de pelear contra el aire. Quizás tenga razón el dicho que dice que "sólo quien respira el polvo de los caminos podrá llegar a inhalar el aire fresco de las cumbres", quizás no. Lo que es seguro es que debería cambiar algo en mi rutina, cambiar por cambiar nomás, para ser capaz de decirme "¡cómo has cambiado!" la próxima vez que lleve una conversación conmigo misma, y pueda responderme con orgullo: "¿Has visto? ¡Y todo gracias a ti!"


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