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viernes, 27 de enero de 2017

Una partecita de la novela "La inercia"

De Jessica tabarovsky



[...] "Tengo que buscar", esas tres palabras se habían convertido en una orden que me ordenaba cada noche antes de dormir, y todas las mañanas al abrir los ojos. "¿Cuál es la primera idea? ¿Quién es el que tuvo la idea primera, primeriza, primaria, el original absoluto?", me preguntaba. Si hasta se habla de que al parecer, los chinos descubrieron América antes que Colón. En 1418. Una copia de un mapa de unos 600 años demuestra que los chinos, y no Cristóbal Colón, fueron quienes descubrieron lo que se ha dado a llamar nuevo mundo. "Esa es la prueba inapelable de que no hay nada nuevo bajo el sol", no dude en afirmarme a mí misma en un claro intento de boicot. Ese pensamiento demostraba que la renuncia rondaba mi ser, atractiva como un diablo, deseando tentarme y seducirme. "Ojalá tuviese otra vez los poderosos pedales de mi infancia", logré decirme, "captaría la idea que me dicten, como un camaleón capta los colores de su entorno, asimilándolos al cuerpo sin esfuerzo". Mi bicicleta de los diez años tenía unos pedales hermosos, que emitían señales. Los pedales sabían que mis pies no sabían pedalear, y que andar en bicicleta siempre me daba miedo de terminar fracturada o sin un diente, así que emitían señales como lo hace un radio telescopio, y yo las registraba de inmediato. "A la izquierda, despacito, no choques con el árbol", me advertían, o "cuidado, que a la vuelta de la esquina viene otro en bicicleta" o "frená despacio, sino la inercia provocará que salgas volando como un proyectil". No es que me hablaban con palabras, sino en el idioma de los pies. Una lengua autóctona de la infancia. Los pies tenían un lenguaje parecido al de las sombras chinas, pero más elaborado. Unos jeroglíficos egipcios dejarían mucho que desear al lado del idioma de los pies. Ni siquiera el zapato más incómodo podía dañar su talento comunicativo, ya que mis pies eran extremidades muy poco extremistas por esa época. Mis zócalos andantes, sin pezuñas pero con base, vivían la inercia del suelo como los grillos viven la inercia de las ventanas que dejan entrar el sonido de sus llantos, de sus cantos y alegrías. El suelo puede ser de cualquier cosa para pies que saben escuchar, ni siquiera una suela de goma se interpone a la clarividencia de las patas humanas. Así fue que una vez, en medio un agosto de invierno lloviznado, ellos supieron descifrar las primeras señales de los pedales de mi bicicleta. Después ya era cosa de a diario, y se perfeccionaban todo el tiempo. No sé si los pies de los otros eran tan efectivos como lo eran los míos, pero estoy casi segura de que no, ya que mi hermano terminó con un diente roto por andar en bicicleta. Mis pies sí que eran unos verdaderos pies en ese entonces, de una anatomía rimbombante. No sé que ha sido de ellos, los de ahora dejan mucho que desear. [...]  

2 comentarios:

  1. Me encanta!!!! Te felicito!!! Dale para adelante, sean cuales sean los tiempos. Escribís muy bien y tenés tu estilo propio, vas a tener mucho éxito y gratificaciones!!!!

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